top of page
IMG_8922.jpg

Madre lleva la M mayúscula

  • Writer: Claudia Yanes
    Claudia Yanes
  • Oct 22, 2024
  • 3 min read

Me resulta gracioso, irónicamente hablando, cuando escucho a una madre que vive en Estados Unidos quejarse de falta de tiempo para atender a su bebé o quejarse de cansancio porque trabajó su jornada de 8 horas y al llegar a casa el niño quiere jugar...aunque fue y vino al trabajo en su auto y llegó a casa con la cena lista o al menos la posibilidad de elegir que cenará o donde hará su pedido de la noche. A esas madres capitalistas les contaré una pequeña historia...mi historia. Nací en Cuba en 1989, mi madre se estaba graduando como médico general en un país a punto de caer en crisis. Ya en el 91 estaba nacido mi hermano y el muro de Berlín caía, arrastrando con él la Cuba que los viejos describen, para nacer un lugar que 60 años después ya no sería ni la huella de la mayor de las Antillas. El paraíso del tabaco, el ron y la salsa se estaría convirtiendo en sábanas colgando de los balcones, lenta pero implacablemente.

Yo crecí en medio de insostenibles apagones, a veces mi mamá no dormía, echándonos aire con un periódico porque el calor y la falta de electricidad no nos dejaban descansar. Mi madre trabajaba 8 horas también y luego llegaba a casa a estudiar o a ocuparse del consultorio de emergencias que le fue otorgado por hacerse médico, también salía a la calle a jugar con nosotros para opacar la ausencia de juguetes o luz eléctrica. No tuve padre, no tuve Santa Claus y no tuve ratón Pérez. Tuve un par de abuelos maestros y filósofos graduados de la más prestigiosa universidad de cuba y que cambiaban zapatos por un pedazo de carne para alimentarnos. Tuve una madre, un superhéroe que jamás se quejó de hambre pero que pasaba hasta 3 días sin ingerir alimentos, pero a nosotros no nos faltó nada.

En mi época no había pañales desechables, los culeros (cómo les llaman en Cuba) eran de tela y se lavaban y planchaban a diario. En mi época los niños jugaban bolas, al cogío, al escondío, parchís, ajedrez, carriola, bicicleta. Los niños crecían fuertes e inteligentes, no autómatas dependientes de un iPhone, ni repitiendo las frases del retrasado de Bob esponja.


Yo crecí en una época donde los vecinos que teníamos justo en frente nos miraban por encima del hombro, porque el padre de familia era maletero en el aeropuerto y las propinas de los extranjeros le propiciaban el estilo de vida que mi familia de profesionales asalariados no podía tener.

Yo no sé de dónde mi mamá sacaba fuerzas para sonreír, siempre jugando con nosotros, siempre leyéndonos historias, siempre escondiéndose en el armario para jugar a encontrarla (solo había un lugar donde esconderse en mi casa y ya sabíamos que estaba ahí pero siempre nos daba el mismo susto). Se las agenciaba para hacernos reír y no recuerdo en esa época traumas mentales, niños yendo al psicólogo, compañeros diagnosticados con déficit de comunicación, ni suicidios por depresión.

Lo más curioso es que recuerdo mi infancia como muy feliz. Sin comida, sin electricidad, sin tabletas y teléfonos inteligentes.

En la época de mi niñez en Cuba yo no sabía que Disneyland existía, pero me sabía todos los cuentos de Walt y también los libros de Julio Verne, conocía infinidad de animales y tenía un extenso vocabulario. La ausencia de tecnología formó una familia unida, feliz, sin traumas comunicativos y sin raíces o dependencias a aparatos y agentes externos.

En donde yo nací y crecí la realidad era otra, señoras madres capitalistas, no les sugiero que comparen, no tienen por qué hacerlo, son diferentes realidades y posibilidades. Pero si les sugiero que dejen de lamentarse y comprendan que tener hijos es una elección consciente. Parir es una capacidad biológica, pero ser madre es un concepto que lleva infinitos acápites. Madre es una palabra grande, encárguense de llenar un poco más que la letra M.

 
 
 

Comments


Únete a la lista de correos

Nunca te pierdas un post

    bottom of page