Cuba es una música vital
- Claudia Yanes
- Oct 22, 2024
- 2 min read

Nací a finales de los 90 en Cuba, en una época donde ya los Beatles eran la música de los viejos y todos bailábamos al ritmo de los Back Street Boys y el pegajoso pero fugaz Aserejé de las Ketchup. Donde se hacían ruedas de casino con los Van Van en todas las escuelas y aún La Charanga Habanera no se bajaba los pantalones en los espectáculos, Haila tenía el cabello negro y la calabacita de Liuba María Hevia nos dormía a todos a las 8 de la noche. Ese temprano siglo XXI donde los jóvenes fumábamos cigarrillos escondidos de nuestros padres, los cuales fumaban hacía más de 20 años dos cajetillas diarias en plena calle y hasta bajo el sol ardiente mientras hacían la cola pa’l pan o el pollo por pesca’o.
Era adolescente cuando los maestros emergentes salieron de las lomas para darnos clases en la capital y acabaron aprendiendo a pronunciar el español con nosotros. Yo era de los niños que correteaban jugando al cogío en la calle con todos los vecinos del barrio y sus respectivos padres, teniendo la mejor infancia del mundo, sin la más mínima idea de que en ese momento no había electricidad y por eso los padres corrían con nosotros, para entretenernos, para liberarse.
Fui joven en Cuba cuando surgió “el curso para trabajadores” y la “universalización de la enseñanza” y luego me encontré haciendo la universidad en un aula donde había desde expresidiarios hasta personas con nietos. La época divina de Elpidio Valdez, el Camino de los juglares, Dando Vueltas y Alegrina y Tristolino. Soy de la generación que nació cayéndose el muro de Berlín y los suministros que mantenían a Cuba de pie, ya cuando crecí todos gateábamos y no supe jamás que se podía caminar, hasta que, con 25 años, salí de la isla. Como casi todos los jóvenes que conozco “luché” por encontrar el camino de “la piedra filosofal” en la “enemiga” y siempre amada “yuma” y desde aquí, años después, veo de lejos el panorama, sin siquiera explicarme qué habría sido de mí y de muchas personas de mi generación de haber seguido allí. Crecí viendo vacío en casi todas las miradas, cóleras perceptibles, incoherencias tratando de explicar cómo estaba “la cosa” en el país, locuras cotidianas y ayunas involuntarias.
Soy de la generación que hoy tiene 30 años y que entendemos bien poco de ese camino en el que se pervirtieron los sueños, pero que aún formamos parte del sabor y la cubanía y que, vivamos donde vivamos y hablemos el idioma que hablemos, jamás dejará de identificarnos. Conocí mi país completamente antes de marcharme y suelo disfrutar de cada lugar sus raíces y virtudes, por eso no sufro de añoranzas ni arrepentimientos. Generalmente no hablo de Cuba, a menos que me pregunten y sobre todo si se suscita un tema cultural...ahí muestro mi orgullo respecto al tema que tanto el cubano enaltece y hay días, debo confesar, que por el balcón de mi alma, donde cuelga una sábana blanca, también se erige una habanera.
Comments